IMPERIO BIZANTINO
A diferencia del Imperio de Occidente, que fue destruido por los germanos en el año 476 d. C., el
Imperio de Oriente, llamado también Bizancio o Imperio Bizantino, logro
sobrevivir a la amenaza germánica. Por eso perduró por casi diez siglos, hasta
el año 1453, en que los turcos otomanos ocuparon su capital, Constantinopla.
A lo largo de estos siglos, los bizantinos lograron fusionar la
cultura de griegos y romanos los
elementos religiosos de cristianos y paganos y las costumbres orientales y
occidentales. De esta manera conservaron los aportes culturales de la
antigüedad y los reelaboraron bajo nuevas formas.
Aunque hablaban griego, los bizantinos se llamaban a sí mismos romanos,
pues se consideraban herederos de ese antiguo imperio. Por eso, a
Constantinopla, su capital, se la conocía también como la Nueva Roma.
ETAPAS EN LA
HISTORIA BIZANTINA
Los Inicios
(Siglos IV – VII). Durante esta
etapa, Bizancio tuvo que hacer frente a las invasiones de los libios, de los
pueblos bárbaros del Danubio y, sobre todo, de los persas.
Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (476), el emperador
bizantino recibió del Senado romano las insignias imperiales de Roma que lo
reconocían como único emperador y a Constantinopla como la única capital del
Imperio. Hasta el siglo VII, Bizancio preservó las estructuras de la cultura
romana tardía.
Las Disputas (Siglos VII – IX). Se incorporaron nuevos territorios al Imperio, que
volvió a recuperar su naturaleza multiétnica. Además, la cultura bizantina se
difundió entre los pueblos eslavos. Durante el siglo XI, Bizancio resistió los
ataques de los turcos y pudo mantener cierto control.
La Crisis (Siglos
XII –XV). En el año 1204, durante la Cuarta
Cruzada, Constantinopla fue conquistada por los cristianos occidentales y
sometidos como un principado latino por más de medio siglo. No obstante, fue
esta su época de mayor esplendor en las artes, la teología y la literatura.
JUSTINIANO Y LA
IDEA IMPERIAL (527 -565)
El reinado de Justiniano marcó un hito en los primeros siglos de
desarrollo de Bizancio. Asimismo, constituyó el último intento por reconstruir
el Imperio Romano de Augusto. Justiniano era sobrino del emperador Justino.
Como él procedía de un estrato bajo de la sociedad era hijo de un simple
campesino; sin embargo, desde joven recibió una excelente formación
militar. Al momento de su ascensión al trono, el Imperio Bizantino
incluía la Península Balcánica, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto. Sin
embargo, Justiniano pensaba que el mundo cristiano debía tener una única
autoridad política: El Emperador bizantino.
Con estas ideas y con la ayuda de los generales Belisario y Narsés,
Justiniano se apoderó de los territorios vándalos del norte de África, de Córcega, de Cerdeña y
de las islas Baleares; conquisto Italia y Sicilia, dominadas por los ostrogodos
y, por último, ocupó el suroeste de España visigoda. Luego, Justiniano
emprendió la reforma del Estado bizantino para renovar las bases sobre las que
se asentaba el Imperio. Reorganizó la administración central, residente en
Constantinopla, que supervisaba a los funcionarios de provincias.
Además, decidió clasificar y editar las leyes romanas. Para ello,
encargo al jurista Triboniano la redacción del código de Justiniano, que
incluyó todas las constituciones dictaminadas desde la época del emperador
Adriano. Por otra parte, mejoró la situación de la hacienda pública y de la
recaudación de impuestos, para sostener una organización civil y militar más eficiente. A fin de
soportar y replegar las constantes invasiones, llevó a cabo una reforma
militar, su ejército multiétnico se reforzó con los soldados campesinos. En el
aspecto religioso, confirmó la preeminencia del emperador en asuntos
eclesiásticos. En adelante, el emperador podía convocar a concilios. Esto le
permitió mantener subordinada la Iglesia al Estado. A esto se denominó
Cesaro-papismo.
Justiniano murió en el 565, año en que concluyó uno de los periodos más
brillantes de la larga historia bizantina.
EL IMPERIO DE SUS SUCESORES
Poco tiempo
después de la muerte de Justiniano, los bizantinos perdieron las posesiones
conquistadas en Europa occidental y debieron
afrontar el avance de los avaros, eslavos y búlgaros que presionaban
para internarse en la península de los Balcanes.
Los persas, por
su parte, se adentraron cada vez más en las provincias orientales del Imperio
Bizantino. Sin embargo, el peligro persa fue sustituido por el árabe, que se
convirtió en el adversario más temible, pues en el siglo VII ocupó Siria,
Palestina y el norte de África. Entonces, el Imperio se redujo a Tracia, el
Asia Menor y el sur de Italia.
En el siglo XI la
situación empeoró, pues el Imperio Bizantino vio nacer un nuevo y mayor
peligro: los turcos en especial la tribu de los seldjúcidas, que se apoderaron
del Asia Menor. Estos acontecimientos
marcaron el inicio de la decadencia de Bizancio, que concluyó en 1453,
cuando otra tribu de turcos, los otomanos, ocupó Constantinopla.
En contraste con
las monarquías germanas, el Imperio Bizantino contó con una sólida organización
política. El imperio constituía una monarquía teocrática en la que el Emperador
o Basileus era considerado el delegado de Dios en la Tierra y, por lo tanto, un
personaje sagrado. Por eso, fue el Jefe de la Iglesia y, como tal, podía
nombrar a los patriarcas. Al Emperador se lo representó como a los santos, con
la cabeza rodeada por un halo de luz.
Con un poder
absoluto, el Emperador fue también el jefe supremo de la administración y del
ejército bizantino. Para su acción de gobierno contaba con tres instrumentos:
· El
Ejército: Muy numeroso, integrado por soldados de las más diversas
nacionalidades. En las zonas de frontera, la defensa se completó con los estratiotas, que eran
soldados campesinos a quienes se les pagaba
mediante la entrega de tierras.
· La
Iglesia Bizantina: Que, a diferencia de lo que ocurría
en Occidente, se encontraba subordinada al Emperador. Esta característica se
conoce con el nombre de Cesaro-papismo.
LOS PROBLEMAS RELIGIOSOS
La sociedad
bizantina era profundamente religiosa: todas las actividades cotidianas estaban
estrechamente ligadas a la religión. Por
ello, los pleitos religiosos o querellas envolvían a todo el pueblo y creaban
serios problemas políticos.
Esto ocurrió, por
ejemplo, con el Monofisismo, una corriente religiosa que sostenía que Cristo
poseía una sola naturaleza, la divina, y que contrariaba a la posición
cristiana que invocaba la doble naturaleza de cristo: humana y divina.
El Monofisismo
fue muy popular en Siria y Egipto, por eso, estas regiones trataron
constantemente de separarse del imperio. Esto último facilitó su conquista por
los árabes.
En el siglo VIII
se originó otra querella promovida por los iconoclastas. Estos sostenían que
las imágenes religiosas o íconos llevaban a prácticas supersticiosas, porque se
adoraba en ellas a la imagen representada y no al Dios verdadero. Además, los
iconoclastas buscaban disminuir el poder económico y social de los monjes.
A diferencia del Monofisismo,
los iconoclastas fueron protegidos y estimulados por algunos emperadores
bizantinos. Este hecho provocó un distanciamiento entre estos monarcas y el
Papa romano, que se oponía a esta corriente religiosa.
Este proceso
culminó con el Cisma de Oriente entre la cristiandad occidental y la oriental,
en 1054. En tanto que la primera aceptó como jefe espiritual al Papa de Roma,
el Oriente reconoció como jefe supremo al patriarca de Constantinopla. La
Iglesia de Oriente se llamó Griego-ortodoxa.
UNA ECONOMÍA
FLORECIENTE
A lo largo de diez siglos de historia, Bizancio fue uno de los centros
económicos más importantes del mundo medieval. La economía bizantina fue
mayoritariamente agraria.
Las grandes propiedades agrícolas estaban en manos de la Iglesia y de
la aristocracia, pero también había pequeños propietarios que, con el correr de
los siglos, desaparecieron, incorporándose a los grandes dominios como colonos.
Por otro lado, Bizancio no descuidó las actividades artesanales ni el
comercio. Este imperio desarrolló un importante comercio internacional. Gracias
a esta actividad, en los mercados de Constantinopla y de otras ciudades del
Imperio se podían hallar productos de
zonas tan diversas como por ejemplo la China, Persia y España. Los artesanos
bizantinos fabricaban, a su vez, numerosas piezas que se vendían al extranjero.
Por ello la moneda bizantina, el besante, fue aceptada en todos los mercados de la Edad Media hasta el siglo
XI. Se trató, por lo tanto, de una moneda internacional.
UNA CULTURA DE SÍNTESIS
La cultura
bizantina fue una admirable síntesis de elementos grecorromanos, orientales y
cristianos. Las grandes obras del mundo clásico se recopilaron en las escuelas
y universidades, como las de Atenas o Constantinopla, y en monasterios, como los
celebres del monte Athos, en Grecia.
En la
arquitectura, los bizantinos sobresalieron por la belleza de sus iglesias. En
sus construcciones usaron la cúpula
sobre pechinas y la planta de cruz griega.
Los mejores
ejemplos de esta obra lo tenemos en la iglesia
de Santa Sofía de Constantinopla y, en Italia, en la basílica de San
Marcos en Venecia. Los interiores de las iglesias fueron decorados con hermosos
mosaicos que recubrieron con un lujo y color inusitados los ábsides y las
cúpulas. Por otro lado, la escultura bizantina produjo bellos relieves en
placas de marfil.
La invasión de
los turcos seldjucidas en el siglo XI
privó a Bizancio de una de las zonas más ricas del Imperio: el Asia Menor. A
partir de este momento, el Imperio de Oriente vivió una lenta y paulatina
decadencia que se manifestó en una
severa crisis agraria y comercial.
Los bizantinos
descuidaron su armada y el tráfico comercial cayó paulatinamente en manos de
genoveses y venecianos.
Así, la ruina del
Estado bizantino se hizo inevitable: debilitado en sus bases debió ceder
territorios a distintas potencias. Por último, sufrió la invasión de los
turcos otomanos. Cuando en el año 1453
los turcos tomaron la ciudad de Constantinopla, el Imperio se hallaba casi reducido
a la misma capital. Este hecho puso fin a mil años de historia.
EL
ARTE BIZANTINO
EL ÍCONO
Es la representación de una imagen sagrada en
cualquier material, aunque después se identificaría con la tabla, que alcanzó una devoción
extraordinaria en el ámbito bizantino. Tras
superarse la crisis iconoclasta, se aceptó que las imágenes eran objeto de
veneración y honor -ícono dulía-, aunque no de adoración.
Ello supuso, en
general, una rigurosa codificación de los temas, la Virgen Madre (Theotokos) o Cristo Padre (Pantocrátor) y, sobre todo, de la representación: se trata de
imágenes idealizadas, elegantes, muy estilizadas, con los rasgos anatómicos y
del vestido definidos de forma esquemática y la expresión rígida e hierática,
que invitan a una reverencia espiritual.
LA DECORACIÓN DE LAS IGLESIAS
Después de la crisis iconoclasta, cobra nuevo impulso la decoración
interior de las iglesias, cuyos muros se cubren con representaciones religiosas
realizadas en mosaico. Allí aparece perfectamente caracterizada una iconografía
bizantina que persigue asegurar el conocimiento del dogma ortodoxo. La imagen
de Cristo aparece en la bóveda, a donde el fiel mira en su invocación. El
ábside suele destinarse a la imagen de María con el Niño. Entre los temas que
más interesa destacar figura la redención, por la muerte de Cristo, y el papel
de la Iglesia, con los santos, los apóstoles, los arcángeles y los mártires. La
Crucifixión del monasterio de Dafni evidencia
la reaparición de un tema que
había estado ausente: la muerte en la
cruz deja de ser algo infame para reconocerse como un acto de amor, en el que
se fundamenta la religión. La sangre que emana del cuerpo de Cristo es fuente de vida. Los rostros de María y de
Juan aparecen humanizados, dentro de un cierto neohumanismo griego, que se percibe
en las artes plásticas tras la crisis iconoclasta, lo que conlleva una
representación de su sufrimiento.
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